
Corralitos colapsado: Aguas Mendocinas y la Municipalidad bajo la lupa por el desastre cloacal
¿Cocodrilos en las alcantarillas? ¿La autoestopista que desaparece al tomar la curva? ¿La canguro que estaba tan ciega de marihuana que metió al gato en el microondas? No, en realidad nada de eso le ha sucedido al vecino de la hermana de un amigo tuyo, y probablemente tampoco le haya pasado nunca a nadie. Son leyendas urbanas. Cuentos y creencias populares e historias de terror que, pese a contener elementos sobrenaturales o inverosímiles, se presentan como hechos reales. Se transmiten por tradición oral, de boca en boca, y van embelleciéndose con cada nueva versión, creando un folclore contemporáneo. Se ceban en la superstición y en el morbo, y casi siempre tienen cierta moralina, "si haces tal –o si no lo haces–, te pasará esto…". He aquí 5 leyendas urbanas e historias de terror tan universales como terroríficas para recordar, por ejemplo, en Halloween.
Lleva circulando siglos, adaptándose a los distintos medios de transporte. Consiste básicamente en que una mujer hace autostop al borde de una carretera: Un coche se detiene y se sube a la parte de atrás. Al llegar a una peligrosa curva, la autoestopista advierte del peligro. Cuando el vehículo ha rebasado la curva, la mujer ha desaparecido misteriosamente. Luego, el conductor, o conductor y copiloto, se entera de que en ese punto murió trágicamente una mujer. En algunas versiones, la pasajera no avisa del peligro y el coche sufre un accidente y mueren conductor o pasajeros, aunque siempre queda algún superviviente, claro, para poder contar la historia. En nuestro país la fatídica curva se ubica en el puerto de la Cruz Verde, un paso de montaña de la sierra de Guadarrama, y se dice que hay otra curva con su fantasma en el puerto de Galapagar.
También hay variaciones en las que el autoestopista es un padre angustiado que tiene que llegar como sea al lecho de su hijo moribundo. O ancianas siniestras que anuncian el fin del mundo. A veces es una novia vestida de blanco que murió el día de su boda. Vamos, que hay versiones para todos los gustos.
Hace unos años, se hizo viral un vídeo de apariencia casero que espantó a medio Portugal. Estaba rodado desde dentro de un coche en el que viajaban tres amigos. El vehículo recogía en mitad de la noche a una joven, Teresa Fidalgo, y sufre un accidente. Según los créditos murieron los tres amigos. En realidad era un fragmento del vídeo A Curva que su director, David Rebordão, quiso promocionar por internet. Causó furor en redes sociales, muchos creyeron que era real. Fue tal la conmoción que el director tuvo que aclarar la situación.
En marzo de 1996, tras el lanzamiento de Pokémon Rojo y Verde 1.0, en Japón se dieron 104 suicidios de niños entre 10 y 15 años. Algunos se ahorcaron, otros se arrojaron al vacío desde altos edificios, algunos se cortaron las venas. ¿Qué tenían todos en común? Todos ellos, según sus padres, estaban enganchados al juego. Se desencadenó el rumor de que escuchar la música del Pueblo Lavanda incitaba a los menores al suicidio. Según esta leyenda urbana, ritmos binaurales de tono alto afectaban al cerebro de los niños, aunque, como sucede con el test del mosquito, los adultos eran inmunes a esa frecuencia. Alguien se inventó una enfermedad, "el Síndrome del Pueblo Lavanda", que inducía a los niños al suicidio. La leyenda se disparó por las redes, amenizada con todo tipo de especulaciones, como el peligro inminente de los cartuchos de juego que todavía circulaban por el mundo, responsables directos de las muertes. Se habló mucho del suicidio de uno de los programadores, Chiro Miura, y del macabro legado que dejó.
Música del Pueblo Lavanda
El problema de los suicidios juveniles en Japón poco tiene que ver con los videojuegos y mucho con las gran presión que sufren los adolescentes: el temor al fracaso escolar es tan acuciante que la angustia juvenil que se da en cualquier cultura se convierte aquí en obsesión y terror.
En enero de 2006, un psiquiatra de Nueva York recibió en su consulta a una de sus pacientes como un día cualquiera. En aquella sesión, la joven le explicó que había soñado en repetidas ocasiones con un hombre al que ni si quiera conocía. Tenia una calva incipiente, las cejas muy gruesas y los labios extremadamente finos, en especial el superior. Mientras oía la descripción, el facultativo dibujó el retrato del sujeto. No le dio mayor importancia y lo dejó sobre la mesa.
Las tornas cambiaron cuando, en sus siguientes consultas, dos pacientes más aseguraron haber visto al mismo hombre en sueños. El psiquiatra decidió hacer copias del dibujo y enviarlo a varios compañeros de profesión. Meses después, vieron que el número de personas que habían soñado con él no paraban de aumentar y optaron por crear una página web en la que se registraran todas sus apariciones. Los facultativos descubrieron que el misterioso hombre se había colado en los sueños de cerca de dos mil personas.
Sus “apariciones” son de lo más dispares. Uno de los pacientes aseguró haberlo visto vestido de Papá Noel. Otro dijo haberse enamorado en cuanto lo vio. Un tercero asegura que cuando sueña que vuela, el hombre lo hace junto a él, y nunca habla.
El fenómeno ha dado pie a múltiples teorías conspirativas. Una de ellas señala que el intruso es una persona real con la habilidad de irrumpir en los sueños. Otra, incluso afirma que se trata de un proyecto oculto de los gobiernos para controlar las vidas de los ciudadanos. La hipótesis más científica, sin embargo, indica que este rostro forma parte de la “conciencia común”.
Y a ti, ¿alguna vez se te ha presentado en sueños?
Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.
La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.
Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo de la habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.
La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”.
Parece un escenario sacado de una película, pero es real. Existe una isla ubicada en el centro-sur de Ciudad de México en la que reinan miles de muñecas antiguas. Abandonadas a modo de ofrenda, algunas de sus cabezas se exhiben clavadas en estacas, mientras que otras permanecen colgadas de los árboles. La historia se remonta a 1950, cuando el propietario del terreno, Julián Santana, empezó a colgar muñecas como protección contra los malos espíritus.
Santana creía que había sido maldito. Tiempo atrás, había encontrado el cuerpo de una joven que había fallecido ahogada a orillas de los terrenos del hombre. Empezó a convertirse en protagonista de episodios paranormales: oía voces, pasos y el llanto de una mujer, por lo que decidió colocar muñecas por la isla para ahuyentar el alma de la chica. Su obsesión llegó hasta tal punto que pasaba las horas buscando muñecas en las basura y en los canales de Cuemanco.
Santana falleció en 2001 cuando se encontraba a orillas del río, justo después de comentarle a su sobrino que una sirena quería llevárselo. Ahora, el lugar se ha convertido en un sitio turístico y las autoridades de la región se plantean crear un museo para conservar las muñecas.
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